HOLA A TODOS

Este blog se ha creado de forma secundaria al blog Adictos a la Escritura, para poder dar cabida a las publicaciones de aquellos miembros que carezcan de un lugar propio.

Un saludo

Sandra

miércoles, 31 de octubre de 2012

Los dos mundos -Autor MorganJ-

EL RETORNO

Vertieron la sangre del bebé en el suelo, encima de la tumba y luego sobre la lápida, resaltando el nombre de su desaparecido y poderoso líder.
Ambos habían recibido instrucciones precisas de lo que debían hacer en caso de que sucediera lo peor. Instrucciones que deberían seguirse al pie de la letra. ¿Y qué era lo peor? Pues que su líder muriera antes de tiempo, por supuesto. Lo cual había ocurrido el pasado 31 de Octubre, cuando la policía había irrumpido en el granero abandonado donde estaban realizando uno de sus rituales. De los seis miembros de la secta, dos habían muerto esa noche y otros dos habían sido arrestados y se encontraban en ese momento en prisiones de máxima seguridad esperando la pena de muerte. Max y George, hermanos, eran los únicos que habían logrado escapar. Max había alcanzado a abatir a uno de los detectives y a un uniformado de un tiro en la cabeza antes de que su hermano lo agarrara del brazo y tirara de él hacia los bosques oscuros que se extendían detrás del granero. Creía que había alcanzado a herir a otro en el pecho pero no estaba seguro.
Y ahora, un año después, seguían las instrucciones exactas que su líder le había entregado a cada miembro de la secta para que lo trajeran de vuelta en caso de que sucediera lo que había sucedido la noche de Halloween pasada en el granero.
-Deberán traerme de nuevo –había dicho –. Deberán hacer que retorne para continuar nuestro trabajo.
Max acabó de esparcir la sangre sobre el nombre del líder, se quitó los guantes de látex, los puso dentro del recipiente y luego lo guardó todo en una bolsa. George sacó las túnicas blancas de su mochila y se las pasó a Max. Habían asesinado a los tres guardias que vigilaban el cementerio una hora antes así que no tenían que preocuparse de que alguien viniera a interrumpir lo que estaban haciendo.
Se desnudaron y se pusieron las túnicas.
-¿Por qué blancas? –había preguntado Max al líder.
- Para atraer mi espíritu oscuro –había respondido el líder.
Max cogió otro recipiente, más pequeño, le quitó la tapa y procedió a dibujar un símbolo sobre la frente de George. Cuando Max terminó, le entregó el recipiente a George y luego éste hizo lo mismo.
Colocaron el recipiente en el suelo y se acomodaron, uno frente al otro, a los lados de la tumba.
Recitaron las palabras que su líder les había enseñado.
Max miró su reloj. 11:58 PM, decía.
- Ya casi –dijo.
El pasto sobre la tumba relucía a la luz de la luna.
George se quitó un amuleto que colgaba de su cuello y lo puso encima de la lápida.
Extendieron los brazos a los lados, levantaron el rostro hacia la luna y volvieron a recitar lo que su líder les había enseñado.
Un viento frio agitaba sus túnicas blancas.
-Te amo hermano- dijo Max.
Ambos sabían que el espíritu del líder, una vez que entrara en el cuerpo que hubiera escogido (imposible saber cuál) acabaría con la vida de esa persona. Pero ambos estaban preparados para morir desde mucho antes que la policía irrumpiera en el granero y asesinara a su líder. Ambos sabían que la muerte no era el final del camino.
- Yo también te amo hermano –dijo George.
Cerraron los ojos y recitaron un último fragmento.
El viento era más frio ahora.
El suelo tembló ligeramente bajo sus pies.
En algún sitio, no muy lejos de allí, unas campanas repicaron.
Las ramas de los árboles producían un sonido parecido a una voz.
El suelo tembló de nuevo.
Abrieron los ojos y contemplaron el frio resplandor de la luna.
-¿Hermano? –dijo George.
Max levitaba a varios centímetros por encima del suelo. Una sonrisa demencial y horrible deformaba su rostro.
-¿Hermano? –dijo George.
Cuando Max se giró a mirarlo, George vio que sus ojos ya no eran sus ojos.
- Hola, George –dijo una voz que no era la de Max.

Los dos mundos -Autora, Einyel-

Érase una vez, no hace tanto tiempo, una España en la que el día 31 de octubre, víspera de Todos los Santos, tras la obligatoria visita al camposanto para fregar las lápidas y dejar los centros de flores colocados, la gente se encerraba en casa, los bares echaban el cierre a la caída del sol y desde el torreón de la iglesia las campanas sonaban durante toda la noche con su fúnebre tañido a muerto.
En esa España, se desarrolla nuestra historia. Bueno, en realidad no es nuestra historia, sino la de Vicente, el hijo del albañil, que se encuentra en su bicicleta recorriendo los siete kilómetros que separan su pueblo del de su novia, Elita. Ella ha caído enferma como consecuencia de las primeras lluvias del otoño, y él, siempre galante, ha ido a ver a la muchacha con la que se habla, como se refieren en estos pueblos a esta clase de relaciones. La señora Valentina, la madre de la chica, le ha entretenido de más con las delicias de la panadería y a Vicente sin darse cuenta le ha caído la noche encima.
Así que ahí está él, con su bicicleta, con sus dieciocho años y con un miedo encima que hace que le castañeteen los dientes. ¡Ha oído tantas leyendas sobre esa noche! No debería haberse entretenido tanto, todo el mundo se lo había advertido. Su madre “ que no se te haga de noche al volver, que hoy es mal día para andar por el camino”, su abuela “ hijo, quédate en casa, que los difuntos andan cerca y no todos tienen buenas intenciones”. Pedalea como alma que lleva el diablo, acompañado sólo por el tañer de las campanas y el rechinar de las piedras que rebotan a su paso estrellándose contra el oscuro sendero, iluminado tan sólo por la tenue luz de su dínamo. Los campos tan amigables de día, son ahora sólo inmensas sombras, y los árboles le parecen cernirse amenazadores sobre él.
Se intenta entretener pensando en las típicas puches que tomará esa noche, una papilla dulce y espesa, que untará después, a espaldas de su madre, en la cerradura del vecino como es costumbre en el pueblo. Se ríe sólo de imaginar cómo se las va a apañar mañana para meter la llave, el muy cabrito…
PLAFF, PLAFF, PLAFF. Unos sonoros golpes interrumpen sus maquiavélicos planes de sabotaje. Detiene su bicicleta, pero el ruido ha cesado y sólo se extiende ante él la negrura del horizonte.
BOOM. Apenas ha avanzado unos metros pero ahora sí, el ruido es más fuerte y cercano.
Esta vez ni siquiera se plantea pararse, la finca de la señora condesa no está lejos, quizás le dejen entrar, aunque sólo sea para quitarse un poco el miedo del cuerpo. Sin embargo, de repente, de la nada, emerge en mitad del camino una figura humana, inmóvil, completamente vestida de negro y con un enorme sombrero de ala ancha cubriéndole casi la totalidad del rostro. En su mano derecha sostiene una larga vara de madera, rústica, casi sin tallar, pero terminada en una afilada punta.
El muchacho frena bruscamente a escasos metros de aquel ser, que permanece impasible mirando al suelo. Un tímido hola sale de la boca de Vicente, pero choca contra el dedo acusador del hombre del camino, que sin levantar la mirada, le espeta un sonoro “¡TÚ!”
- ¡TÚ! ¿Acaso no sabes qué noche es hoy? ¿Acaso no te han advertido de los que les pasa a los que andan por los caminos en fechas como la de hoy? Esta noche sólo a los muertos y a los condenados se les permite vagar por estos parajes pero TÚ te has atrevido a molestarlos.
Vicente, lívido de terror, le mira fijamente mientras intenta escudriñar los rasgos de su rostro sin conseguirlo. El hombre mantiene la cabeza gacha, sus dedos son finos y alargados, y sus manos parecen refulgir a la luz de la luna.
- ¿No me irá usted a decir..? - atina, por fin a decir el chico con un leve murmullo- Quiero decir,… que es usted…que está usted…
Pero el miedo le paraliza la garganta, mientras la enorme figura se le acerca silenciosa hasta situarse a escasos centímetros de su cara. Puede sentir su apestoso hálito y un escalofrío le recorre el cuerpo.
- Sólo los muertos y los condenados – reitera el desconocido. Un extraño brillo se refleja en sus ojos cuando levanta la mirada- ¿Acaso necesitas alguna aclaración?
En ese instante dos sombras negras se abalanzan sobre Vicente, un revuelo de faldas negras y uñas afiladas que le tiran de la bicicleta. Agazapado en el suelo como está, sólo atina a oír unas maléficas risas femeninas seguidas de unos agudos chillidos en una jerga extraña, mientras siente un irrefrenable deseo de llorar.
Finalmente cesan los ruidos. Abre los ojos, temeroso, mientras se incorpora lentamente. Las sombras no están, se han esfumado, pero el desconocido sigue frente a él.
- Espero que hayas aprendido la lección. Recuerda, nunca cuentes nada de lo que ha pasado esta noche o quizás volvamos a por ti…de forma definitiva- le dice el hombre mientras pasa por su lado, rozándole el hombro casi con suavidad, para seguir por el camino hasta perderse en la oscuridad.
Cuando Vicente por fin adivina las primeras luces del pueblo no sabe como ha sido capaz de llegar hasta allí, tampoco se entera de la bronca que le echa su madre por llegar tarde. Sólo sabe que pasará la noche con los ojos fijos en el techo y tiritando de miedo, hasta que las primeras luces del día consigan apaciguarle.
La mañana siguiente le recibe con los gritos de su madre instándole a desayunar. Se sienta en la cocina, al calor de la lumbre, mientras ella rumia sus sinsabores del día a día. Él no la escucha, atento sólo a hundir el pan en el tazón y con él sus terrores nocturnos.
- Anda “bolo”, termínate ya la leche que “cabalito” te has ido a sentar donde más molestas- le dice ella mientras le barre los pies- Por cierto ¿sabes lo que he oído esta mañana en la panadería?
- No, madre- musita él.
- Pues que ayer robaron aceitunas en los campos de la señora condesa. ¡Tres arrobas y media que se llevaron los muy truhanes! Al parecer vieron a unos forasteros por la tarde rondando cerca del camino y sospechan que hayan sido ellos aprovechando la noche. ¡Madre del Amor Hermoso! ¡¿Dónde vamos a ir a parar?! Oye, ¿tú no verías nada cuando venías de en “ca” la Elita?
- No, madre, no ví nada- contesta cabizbajo Vicente, intuyendo que esa será la historia que año tras año, a pesar de los estragos de la edad en su memoria, contará a sus nietos para que nunca teman a los fantasmas que sólo están en sus cabezas.